20 de noviembre: Santi eta Josu: egia bide, askatasuna amets. Texto íntegro de los actos de Ametzola y Errekalde.

Son ya varios los años que llevamos asistiendo a un debate semántico que intenta establecer una base ética que, con los derechos humanos como principio, deslegitime de manera pública una de las violencias que ha tenido lugar en el seno del conflicto político vasco.

Las víctimas que hemos sufrido la violencia practicada por los Estados, las víctimas de la guerra sucia, de la tortura, de la violencia ejercida por los cuerpos de seguridad del Estado, no hemos alzado la voz hasta ahora. Pero hoy, venimos a decir que no podemos aceptar de ninguna de las maneras que un debate semántico sea patrimonializado y utilizado para generar más brecha y ahondar en la categorización que como víctimas sufrimos.

Todavía ninguna institución publica ha extendido ninguna exigencia de asunción de responsabilidad al Estado español, ni a los cuerpos policiales, ni a los responsables políticos de los asesinatos de nuestras familiares, ni a nuestros victimarios....no lo han hecho.  ¿No es inmoral pretender establecer un base ética contra una violencia y excluir de ese reproche social a otra violencia? Acaso hay alguien que de verdad siente que hay violencias que generan un dolor justo? 

Víctimas de la violencia nos llaman, en abstracto. Como si la violencia que nos golpeó careciese de un sujeto responsable. Como si la violencia que hemos tenido que sufrir no fuera deplorable. Lo es. Y omitirlo hace flaco favor a la construcción de la convivencia, con la que seguimos tan comprometidas como el primer día.

Santi, Josu, Gurutze, Xabier, Mikel, Lutxi, Rafa y tantas otras personas, no fueron asesinadas en un contexto de conflicto social, ni religioso. No. Fueron asesinadas en el contexto de un conflicto político, en el que otras muchas perdieron la vida y en el que el Estado siempre hizo uso y abusó de la violencia. El estado franquista se sirvió de la violencia para lograr el poder, para mantenerlo y también para reformarlo. Quienes vinieron después también lo hicieron.

Santi, Josu y todas las que hoy estamos aquí, somos las consecuencias de la violencia  ejercida por el Estado durante el franquismo, la transición y la democracia. Omitirlo es la mejor manera de que queden impunes esos crímenes y, a la vez, la forma más burda de intentar situarnos a nosotras, como víctimas sin victimarios.

Son los mismos empeñados en omitir estas violencias, los que no ven delito en la muerte de Iñigo Cabacas. O los que llaman “terrorismo de respuesta” a los crímenes del Estado. También los que han sido capaces de dictar que un cuerpo torturado ha muerto por causas naturales.

La distancia que día a día sufrimos en lo referente al nivel de reconocimiento oficial es enorme, y crece y se hace aun más patente, si cabe, cuando se categorizan las violencias. Es hora de reconocer a todas y cada una de las víctimas del conflicto vasco, y esto es labor de las Instituciones de Euskal Herria en su conjunto, pero también de la sociedad vasca.

Ya basta de justificar la violencia policial, la violencia terrorista practicada por el Estado español. Ya basta de utilizar términos que además de maquillar crímenes de estado vienen a justificarlos y a restarles gravedad, a indeterminar su procedencia y su responsabilidad política. Así estamos normalizando esa violencia, de la misma forma que hemos normalizado la impunidad de sus crímenes, que se tratan, en definitiva, de graves violaciones de derechos humanos, desapariciones forzosas, muertes y torturas.

Es la hora de la justicia. Aunque pocos avances podemos esperar de la justicia ordinaria. Pero existe otra forma de justicia, que está en nuestras manos y es la verdad. Nosotras podemos actuar, podemos trabajar para poner en marcha dinámicas ciudadanas que traten de reunir cuantos más apoyos posibles y sacar a la luz verdades. La verdad de las personas torturadas. La verdad de aquellas versiones oficiales que oscurecen realidades acalladas.

Por todo ello, nunca vamos a renunciar a la justicia. Porque se lo debemos los que vieron su vida truncada. Porque merecemos que nada de esto se repita. Porque creemos en el compromiso sincero de construir entre todas las bases de una sociedad mejor, mas justa y más decente.

El consenso con la defensa de los derechos humanos y en contra de la violencia es generalizado en la sociedad vasca. La batería de términos mediante los cuales se está tratando de escribir qué es lo que ha ocurrido aquí, tan solo tiene como propósito difuminar el drama vivido. Es hora de hacer frente de una vez por todas a lo que el conflicto ha supuesto, y a todas sus consecuencias, para que las nuevas generaciones no tengan que pasar por lo mismo.

Santi y Josu dedicaron su vida a luchar por la paz y la libertad. Hoy volvemos a Errekalde y a Ametzola como cada año para decirles que continuamos por la senda que nos dibujaron y que en ella les sentimos a diario junto a nosotras.