El 11 de marzo es el Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo. Con motivo de esta cita, el Gobierno Vasco ha convocado, un año más, un acto en los jardines de Alderdi Eder de Donostia-San Sebastián, bajo el lema “Fue injusto-Bidegabea izan zen”.
La Fundación Egiari Zor no va a asistir al acto, ya que el mismo, en vez de tratar de ser amplio e inclusivo, toma como principio el término “injusto”, que tanta confrontación y polémica política ha generado durante los últimos años.
Nuestro pueblo ha sufrido diversas violencias de motivación política durante largos años. Desde, por lo menos, el año 1936 no hemos conocido lo que es la paz. La violencia ha sido nuestro trágico acompañante a lo largo de toda la historia del siglo XX. Y, en ese contexto, la violencia que ha golpeado a las víctimas representadas en Egiari Zor Fundazioa, ha sido la practicada por los Estados.
Debido a estas violencias plurales, hemos sufrido mucho, muchas personas y muchos dolores de distinto tipo. Todo ese dolor ha sido injusto. No tenemos ningún problema en decirlo. Ese dolor no debió haber sucedido nunca, no debimos haberlo sufrido nunca.
El acto del 11 de marzo llega en un momento donde la confrontación dialéctico-ideológica está en auge. O, en otras palabras, en mitad de la “batalla” por el relato. Y en ese contexto, hemos visto, en demasiadas ocasiones, como el calificativo “injusto” del dolor sufrido por las víctimas se ha convertido en una “muletilla” para la disputa política.
Bajo nuestro punto de vista, el uso de un término de estas características no puede nunca convertirse en exigencia. Por lo menos, no en el caso en que el objetivo final compartido sea la convivencia. Porque el concepto “fue injusto”, convertido en exigencia, tiene otros objetivos distintos a mostrar cercanía y solidaridad por las víctimas: desfigurar el conflicto político vivido; tratar de deslegitimar una opinión política concreta; y alimentar un relato específico. En definitiva, interpretar el conflicto en clave de vencedores y vencidos, y reconocer una supuesta superioridad ideológica a aquel que hace la exigencia.
Es intolerable tener que soportar todavía intentos de deslegitimar una sola violencia, cuando todavía resulta tan precaria la situación de cientos de víctimas que hemos sufrido la violencia terrorista: no hemos sido oficialmente reconocidas, somos negadas y tenemos que soportar escuchar que la violencia que nos golpeo era de otra categoría inferior. Es hora de solucionar esta situación, y no de ahondar en la división.
Es inconcebible tener que soportar justificaciones que tratan de decirnos que hay violencias más injustas que otras, dependiendo de quién las ha llevado a la práctica.
Los debates semánticos que dividen a la sociedad no nos llevan a buen puerto, y hemos de dejarlos a un lado de una vez por todas, para así hacer frente al objetivo común más primordial: el reconocimiento parejo de todas las víctimas, sin categorías.
La convivencia democrática no vendrá de la disputa político-ideológica, sino del compromiso de todas nosotras, y de continuar dando pasos hacia adelante. La proclama que une a víctimas que hemos sufrido distintos tipos de violencia es esta: nunca de nuevo. Cualquiera que sea el origen de la violencia, nunca de nuevo.