Es hora de saber la verdad en torno a la muerte de Jon Ugutz Goikoetxea. La versión oficial vigente no coincide con la herida que presentaba el cuerpo.
Jon Ugutz Goikoetxea, resultó muerto hace 50 años huyendo de la Guardia Civil en Elizondo. La versión oficial sobre su muerte exime a la Guardia Civil franquista de responsabilidad, pero su cadáver presentaba una herida de bala en la zona de la nuca, por lo que tenemos la sospecha, más que fundada, de que fue ejecutado por la espalda.
Aquí la intervención completa de Egiari Zor Fundazioa:
En el contexto del conflicto político en Euskal Herria muchas personas han perdido la vida como consecuencia de largas décadas de violencia y confrontación armada. En nuestra geografía han coexistido violencias diversas que han vulnerado derechos humanos. Generando mucho dolor y sufrimiento.
Afortunadamente algunas víctimas de la violencia han sido reconocidas y han podido ejercer los derechos que la Ley les otorga. Para muchas de las víctimas de la violencia de Estado en cambio, el punto de partida es muy distinto. Tras muchos años de negación, continuamos luchando para que se reconozca la Verdad de lo que nos hicieron, para que cada una de las violaciones de Derechos Humanos sea oficialmente censada, reconocida y reparada sin excepción.
Hablamos concretamente de quienes murieron por acción de la la violencia policial, la política penitenciaria de excepción, la extrema derecha, de la guerra sucia, la tortura, en supuestos enfrentamientos con FOP o FSE... porque en demasiados casos la construcción de versiones oficiales justificando la acción policial, tildando las muertes de “naturales” o responsabilizando al fallecido de su propia muerte, ha servido de coladero para ocultar verdaderos crímenes.
La verdad de lo ocurrido en torno a muchas de estas muertes sigue rodeada de sombras y preguntas sin resolver. Como la que nos trae hoy a Derio en torno a la figura de Jon Ugutz Goikoetxea, que resultó muerto hace 50 años huyendo de la Guardia Civil en Elizondo. La versión oficial sobre su muerte exime a la Guardia Civil franquista de responsabilidad, pero su cadáver presentaba una herida de bala en la zona de la nuca, por lo que tenemos la sospecha, más que fundada, de que fue ejecutado por la espalda.
La documentación que podría esclarecer este caso, continua blindada a día de hoy por una Ley preconstitucional. Que la derogación de la Ley de Secretos Oficiales no sea ya una realidad evidencia la deficiente calidad democrática vigente y la absoluta falta de voluntad existente para resolver este y otros muchos casos; ocurridos durante el franquismo, la transición y en esta supuesta democracia.
Esta Ley dice proteger “de personas no autorizadas asuntos, actuaciones, documentos, informaciones, datos y objetos que pudieran dañar o poner en riesgo la defensa y la seguridad del Estado. ¿Qué ocultan en los cimientos del Estado de Derecho?, ¿no será que lo que está en riesgo es la credibilidad del propio carácter del Estado?
Porque que vería la luz la verdad sobre la transición, la guerra sucia, el 23F, el plan ZEN, el Informe Navajas, los GAL...sabríamos que ocurrió en torno a la muerte de Etxebarrieta, de Jon Ugutz y Mikel Goikoetxea, de Juanan Aranguren, de la matanza del 3 de marzo, Germán Rodríguez, José Miguel Etxeberria, los 4 de Pasaia, el caso Almería, Muruetagoiena, Urigoitia, Bar Aldana...
Lo que es obvio es que esta Ley de 1968 continua siendo un mecanismo legal que nos cercena un derecho, el de conocer la verdad. Es un obstáculo en el camino del reconocimiento de quienes padecimos la violencia de Estado. Y supone a su vez mantener vigente la posibilidad de seguir otorgando impunidad a quienes ya protege y ante hipotéticas nuevas comisiones o comportamientos contrarios a los DDHH.
Esa impunidad que no solo ha posibilitado que ocurriesen esos crímenes sino que se perpetuasen durante décadas, generando en muchas de nosotras la convicción de que la “in-Justicia” española es también responsable de la tragedia humana vívida.
Y es que el monopolio de la violencia, de la Verdad y de la Justicia reside en el Estado. No es de extrañar por tanto que el modelo de justicia que viene aplicando el Estado español en el contexto del conflicto sea de un desequilibrio absoluto, donde sobre unos actores violentos cae todo el peso de la Ley, y sobre otros actores violentos, en concreto sobre los responsables de nuestro sufrimiento, no hay sino impunidad.
Categorizar de esta manera las violencias permite que se clasifique a las víctimas en función de la violencia padecida. Y por ende que unas tengan opciones de ejercer su derecho a la verdad y a la justicia y en cambio otras, solamente y en el mejor de los casos, simplemente derecho a un proceso administrativo de reconocimiento de la victimación padecida.
Desde las instituciones se asume con total naturalidad que no existan consecuencias de ningún tipo sobre los responsables de los asesinatos de nuestros familiares, que además eran los llamados a ser garantes de nuestros derechos fundamentales.
Basta ya. No podemos permitir que se siga normalizando la impunidad, hay que dejar de utilizar términos que maquillen y justifiquen los crímenes de Estado, porque así lo único que se consigue es minimizar sus consecuencias, difuminar las responsabilidades y extender la idea de que la violencia que nos golpeó es legítima. No lo olvidemos: son graves violaciones de derechos humanos.
Estamos en la antesala del día internacional del Derecho a saber la Verdad y esta claro que son muchas las razones que tenemos para continuar exigiendo que se nos habilite ese derecho.
Ya es hora de saber la verdad!
Se debe derogar la Ley de Secretos Oficiales, es necesario abrir el oscuro baúl de las Versiones Oficiales y se nos debe habilitar tanto a nosotras como a la sociedad en su conjunto, nuestro derecho a saber la verdad.
Es una cuestión de saneamiento democrático, que requiere voluntad, compromiso con los derechos humanos y pedagogía para entender que, una democracia la Verdad también debe erigirse como imperativo ético.
Han pasado ya 50 años, ya es hora de saber la verdad en torno a la muerte de Jon Ugutz.